El meollo del asunto




Hace unos días el diario británico The Guardian publicó un reportaje donde la primera dama de México, Angélica Rivera, utiliza un departamento en Estados Unidos propiedad de Ricardo Pierdant quien presume sería un potencial contratista del Gobierno Federal, por lo cual se estaría ante un posible conflicto de interés.

Se trata de un departamento en el Ocean Club Tower One con el número 404 que se ubica en Miami, Florida con valor de 2.5 mdd. Un piso abajo se ubica el departamento 304 propiedad Angélica Rivera, el cual declaró en 2014. El conflicto sucede cuando de acuerdo al reportaje, la primera dama usa el departamento 404 propiedad de Grupo Pierdant, así como el pago de impuestos realizado por dicho grupo en 2013.

Un reportaje que hasta el día de hoy no ha demostrado contundentemente un conflicto de interés entre el Gobierno Federal y el Grupo Pierdant. Si bien el coautor del reportaje menciona que posiblemente dicho grupo estaría participando en una licitación para puertos en México, así como la operación de empresas relacionadas con productos de publicidad en campañas, no está comprobado aún.

La noticia no se hizo esperar y el vocero de la Presidencia, Eduardo Sánchez, salió a desmentir la nota del diario británico y a exigir una disculpa por la nota, ya que el departamento no era la casa de la primera dama, así como que Ricardo Pierdant no era contratista del Gobierno Federal.

Lo que faltó señalar al vocero es si la primera dama frecuenta dicho departamento, ya que hay grabaciones donde personal del edificio menciona que el departamento 304 y 404 “es lo mismo” en términos de correspondencia.

Por su parte el diario londinense, respondió a la presidencia, a través de Katie Thompson, responsable de comunicación diciendo: “…nos mantenemos al tanto de esta historia y jamás hemos pedido disculpas por ninguno de nuestros reportajes previos en México”. 

La pregunta es, ¿Estamos ante un caso como el de la Casa Blanca donde existió un conflicto de interés entre el Gobierno Federal y Grupo Higa? Sí y no. No, porque hasta ahora las pruebas que se han difundido no comprueban ni comprometen a ninguna de las dos partes. Y sí, porque para la opinión pública todo lo que tenga que ver con la primera dama y el presidente tiene un condimento de corrupción, sea real o no.

Más allá del tema de conflicto de interés, es importante destacar que estamos ante un inminente desgaste tanto del periodismo como de la política. Primero porque la investigación del reportaje no tiene las pruebas suficientes como en el caso de 2014 de la “Casa Blanca” donde el propio Presidente años más tarde pidió perdón público. Es un hecho que cuando las pasiones sobran, la objetividad pierde. Y por el otro lado, la poca o nula credibilidad de la política en todo el mundo, pero lo más preocupante son las instituciones.

En este contexto, el diario Reforma publica una encuesta donde el Presidente Enrique Peña continúa a la baja en la aprobación de los mexicanos, en el mes de agosto se ubica en 23%, niveles parecidos a los que mostró Cristina Fernández de Kirchner antes de salir de la presidencia en Argentina. Otro ejemplo es Michelle Bachelet en Chile quien en julio de este año mantenía un 22% de aprobación. Por su parte, Dilma Rousseff en Brasil, fue suspendida y probablemente destituida de su cargo a finales de este mes. Todos ellos por problemas vinculados a corrupción.

Es evidente que la imagen del presidente y su esposa a un año y meses de culminar su mandato su capital social más que positivo resulta contraproducente para cualquier persona que quiera presumir su relación. Esto tendrá severas repercusiones el próximo año en las elecciones de 2017 en Coahuila, Nayarit, Veracruz y por supuesto, el Estado de México.

Independientemente de la resolución que tenga este caso, debemos percatarnos que nuestra clase política no se ha dado que el meollo de sus problemas es la corrupción. Los políticos continúan con las mismas prácticas de siempre en todos los colores y sabores, se rehúsan a creer que la transparencia y la rendición de cuentas cobran mayor valor en estos tiempos y se vuelven un condicional para su permanencia, así como también un mecanismo para el fortalecimiento de las instituciones.


Dicho descontento social se está convirtiendo en una enfermedad social crónica que se manifiesta en enojo frustrado en la propia sociedad, lo cual resulta preocupante. Como ejemplo, la oleada de memes y críticas a la gimnasta olímpica, Alexa Moreno, por su peso y apariencia, dejando de lado su capacidad y desempeño en dichos juegos. Estemos pendiente…
(Texto publicado en Revista D'interés)

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